martes, 16 de febrero de 2021

El mito del perro alano.


«Este tal Nicolás me enseñaba a mí y a otros cachorros a que, en compañía de alanos viejos, arremetiésemos a los toros y les hiciésemos presa de las orejas...»

                  — Miguel de Cervantes .Novelas ejemplares, El coloquio de los perros.




En la génesis del siglo XXI, el destino decidió revelarme, oculta y olvidada, la prodigiosa historia de una casta de perros legendarios que en la antigüedad señoreaban las nobles artes de la caza, la guerra o la tauromaquia. Eran animales procedentes de una Iberia ancestral, de orígenes tan primitivos como las radiantes yeguadas marismeñas de al-Ándalus o nuestro indómito toro de lidia.

Como decía, quiso el antojadizo destino, que descubriera al mítico cánido en una afortunada visita al veterinario. Una recomendación, invencible, sentenció que fuera un alano el próximo perro en nuestras vidas. Ya fuera por intuición o tal vez por designio deontológico de la eminencia que regentaba la clínica y que durante tantos años obró verdaderos milagros con nuestros animalillos. Aún recuerdo que desde la temprana época en la que yo era un caballerete narcotizado por la historia y las gestas de Homero o Jenofonte, precisaba nutrir la imaginación de lances y aventuras en cada escapada de la fastidiosa monotonía; y mi tierna mirada lo contemplaba como al sanador de bestias, un auténtico albéitar de antaño medieval. Se llamaba José Luis Pazos.

Sin saber cómo, y sin haber imaginado nunca antes que pudiera estar preparando la adquisición de un perro de presa, comencé un esmerado trabajo de documentación y aprendizaje, entablando amistades del mundillo y preparando, como mejor sabía y podía, la llegada de un hipotético agarrador atávico de reses. Antes de forjar la alianza con mi primer alano de carne y hueso, conocía de boca de Pazos, algunos detalles que sosegaron mi agitada cabeza, rebosante de inquietud ante la mala fama de los perros de presa, que para más remate, al tratarse de un apresador de caza, se me describía en la mente como una suerte de Cancerbero devorador de jabalíes, y me preguntaba si el animal no sería irreparablemente fiero e indomable para mí. Memoricé como un mantra ciertas palabras del veterinario: «El alano es un perro rústico, equilibrado y libre de enfermedades congénitas». Tan considerable era la confianza hacia el veterinario y holgada la devoción de sus entregados amigos de dos y cuatro patas, que no dudé un segundo en embarcarme en tamaño compromiso. 

Era inmensa la fama de sus perros y escasos los ejemplares, así que anduve varios meses con la incertidumbre de estar ascendiendo en una sofocante e interminable lista de espera. Joaquín Cárdenas, golondrino encartado, viajero infatigable y afectuoso tutor; fue el alanero aconsejado por José Luis Pazos. De leyenda a leyenda; con sus luces, iluminaron con transcendente erudición mis primeros pasos en el manejo de los alanos. Y así fue como desde el principio, gracias a ellos, advertí que no sólo era un perro, sino que era el «rey de los perros».

El estudio del mito, bien encaminado gracias a valiosas pistas depositadas en las conversaciones con mis amigos, reveló una fascinante sucesión de huellas históricas. Los perros alanos comparecían en el arte y la literatura con presencia hegemónica en conocidos textos y pinturas de carácter cinegético de la Baja Edad Media, para en siglos posteriores, protagonizar abundantes participaciones en la vida cotidiana y popular del siglo XIX. Hasta la desaparición oficial de la raza poco antes de la Guerra Civil, como más adelante explicaré.

Empecemos por su propio nombre; alano, ¿de dónde proviene?. Sin ninguna duda del bárbaro pueblo alano, que junto a suevos y vándalos, cruzaron los Pirineos en el siglo V con el propósito de ocupar la Diocesis Hispaniarum del Bajo Imperio Romano(1). Los alanos eran una confederación de pueblos esteparios y nómadas. De los bárbaros anteriormente citados, el pueblo alano era el único de raíces no germánicas, y geográficamente, el más oriental en la frontera euroasiática. La ubicación original del pueblo alano es referida por el historiador romano Amiano Marcelino y descrito en un lugar en medio de las grandes planicies y «soledades» de Scythia, en el país de los sármatas. Los alanos eran una confederación de pueblos de organización tribal y con una acentuada exaltación guerrera de cuya actividad quedaba exenta por completo la agricultura. Sin embargo, conducían grandes rebaños vacunos por las estepas y eran afamados criadores de caballos, a los que adoraban y enaltecían con atuendos, panoplias y el acicalado de colas y crines. Es célebre el amado caballo alano de nombre Borísthenes, que montaba el mismísimo emperador baético Adriano, siempre tras los jabalíes y venados en sus adoradas cacerías. Al igual que Adriano, las tribus alanas también adoraban la caza, actividad que proporcionaba alimento y adiestraba su instinto beligerante. La ganadería, la caza y la guerra confeccionaron al perro que siempre acompañaba y auxiliaba a esos humanos de las estepas euroasiáticas.

«La ganadería, la caza y la guerra confeccionaron al perro que siempre acompañaba y auxiliaba a esos humanos de las estepas euroasiáticas.»


Perro de guerra asirio, pobladores predecesores a los alanos-sármatas.

A mediados del siglo IV, la Scythia fue asolada por las hordas hunas con horrible violencia y presteza  para, finalmente, dividir a los alanos en varios grupos. Amiano Marcelino escribió: «Igualmente sometieron con reiterados ataques á los alanos, que les igualaban en el combate, pero poseyendo más dulzura en las facciones y en la manera de vivir. Así, pues, aquellos mismos que hubiesen podido resistir á sus armas, no podían resistir la vista de sus espantosos rostros y huían á su presencia, dominados por mortal espanto» (2).

Hostigados por la devastadora acometida del pueblo huno, un grupo muy numeroso de alanos se incorporó a las tribus germanas de suevos y vándalos en una coalición invasora que se desplazó al oeste hasta dominar parte de la Galia y la Diocesis Hispaniarum. A partir del 416 d.C, se inició una campaña de expulsión financiada por Roma contra los alanos, que ocupaban la mayor parte de la Península Ibérica la Lusitania y la Carthaginense , superando en extensión a suevos y vándalos en el reparto del territorio. Los godos del rey Walia vencieron a los alanos, pereciendo su rey Atax y causando la disolución de la agrupación alana establecida en la Península. Los supervivientes que no se diluyeron entre el terreno que antes invadieron y colonizaron, se unieron a los vándalos asdingos del rey Gunderico, pero para aquel entonces, ya habían dejado una profunda huella tanto en la aristocracia y el ejército godos, como más tarde sucedería en la nobleza vándala.

A fin de justificar la categórica ausencia de huellas históricas del perro alano, o de cualquier otro elemento coetáneo— en los últimos siglos que cierran el primer milenio de nuestra era moderna, es preciso que el lector considere los acontecimientos que sucedieron en los convulsos siglos que precedieron la extinción del pueblo alano asentado en la Península Ibérica. El colapso del Imperio romano de Occidente y la invasión omeya del reino visigodo en la Península, trajeron siglos de tinieblas en lo que a representaciones cinófilas se refiere. Y como fuese el devenir de los canes que acompañaron a las tribus alanas en su éxodo occidental estos cuatro siglos posteriores a su disolución como pueblo, se desconoce. 

Las escenas venatorias de las pinturas rupestres peninsulares, deslumbrantes por cuanto son capaces de ilustrar una plasmación artística saciada de realismo y fidelidad por parte de aquellos prehistóricos artistas, muestran infinidad de detalles cotidianos entre cacerías de jabalíes o cérvidos. Las pinturas rupestres exhiben abiertamente qué instrumentos utilizaban para cazar: arcos de madera monolíticos probablemente de tejo, fresno o laurel, junto con flechas emplumadas y reforzadas con puntas de sílex. También muestran las tácticas que empleaban o qué animales eran presas preferentes entre las poblaciones mesolíticas peninsulares. Y aunque sabemos, gracias a los restos arqueólogicos, que en el neolítico superior ya se empleaban para la protección de los rebaños frente al ataque de los lobos, apenas aparecen perros representados artísticamente en la Península Ibérica prehistórica. La Cueva de la Vieja en Alpera, Albacete, recrea un insólito protagonista ajeno al prototipo levantino. Mi opinión, extrapolable al sujeto aparentemente canino de la cueva cantábrica de El Pendo, es que podría tratarse de un perro o de un lobo carroñero(3)

Igualmente, en periodos posteriores, como por ejemplo el calcolítico o la edad de bronce ibérica, existen algunas representaciones de carácter venatorio con la presencia de perros ejerciendo pautas auxiliares. Los hallazgos arqueológicos en las necrópolis íberas y otros yacimientos que han revelado restos óseos e iconografía canina en fíbulas, vasos campaniformes, tallas de barro, cerámica u objetos de orfebrería en yacimientos como los de Chiclana de Segura y ejemplos como el Carro votivo de Mérida; determinan que, posiblemente, los perros domésticos proporcionaban a los íberos asistencia en la caza, compañía, limpieza —de residuos o alimañas— en aldeas o viviendas y la protección del ganado. Adicionalmente, considerando que en la cultura íbera, como se sabe, el lobo era considerado un animal totémico con la consecuente contemplación ritual, ceremonial o funeraria que tuviese, resulta verosímil sospechar que los íberos no estimaron la domesticación del lobo en términos venatorios tal y como sí se observa en otras culturas contemporáneas. Se entiende que el íbero prefería cazar determinados animales sagrados con sus propias manos, sin acudir al empleo directo de auxiliares caninos. Resumiendo, no existe un legado concluyente que corrobore la utilización de perros de caza en la Península Ibérica prerromana —mucho menos del tipo molosoide y presa hasta la llegada de los romanos, y en el caso del tipo moloso y/o perro de presa, las invasiones bárbaras procedentes del Este.


Restos de perro doméstico. Siglo I. Yacimiento arqueológico de Titulcia. Fot. Víctor Sainz. El Pais.


En el mismo tiempo, pero distinto espacio del orbe, al contrario que en la Península Ibérica, existen abundantes representaciones artísticas o testimonios escritos de la interrelación cooperativa —y afectiva—entre humanos y perros. Empezando, cronológicamente, por el arte rupestre hallado en Asia Occidental, África o el continente americano, en cuyas pinturas son escenificados cazadores, presas y perros. Sucede, al igual que en Europa, que las castas caninas representadas en estas pinturas pertenecen morfológicamente a tipos lupoides, afines a su agriotipo, y aparentemente su función queda circunscrita en una espécie de brega, acoso y persecución, careo o conducción de las reses. Nunca de la manera en que se verá combatir esos «otros» perros molosoides contra sus presas en épocas posteriores.

Los modelos caninos identificados en representaciones artísticas de carácter cinegético en África y Eurasia desde el año 2.500 a.C, coinciden con otro tipo canino morfológicamente distinto, fisiológicamente adaptado y de atribuciones notablemente bélicas y venatorias. Hay que hacer mención, de nuevo cronológicamente, a los primeros habitantes de Mesopotamia 
sumerios y asirios como precursores de la adaptación de sus canes a una especialización cinegética o beligerante. De estas civilizaciones surgen las primeras pruebas de ese «otro» tipo de perro: de mayor constitución, músculo y tamaño mandibular que los perros anteriormente referidos. Algunos hallazgos de origen atribuido a los sumerios contienen piezas de terracota que representan fielmente a perros de características braquicéfalas, hocicos cortos, grandes cabezas y orejas colgantes, cuando no cortadas. De los bajorrelieves asirios, parientes modernos de los sumerios, emanan auténticas «venatios» con perros de presa provistos de enormes collares agarrando reses o participando en guerras. 

Por último, es justo aludir el arte surgido en las tres etapas de la civilización egipcia por la convincente claridad que aportan sus representaciones, sustentáculo lógico en cualquier estudio, avalando aún más el fundamento base y homogéneo que encuadra todo el tipo de cánidos establecidos en Asia Menor y el noreste de África a partir del año 1.900 a.C. En el Antiguo Egipto se hallan representados los perros en las tumbas de los nobles e incluso momificados. Se trata de tipos lupoides de pequeño tamaño o bien sabuesos de extremidades finas y pelo largo, muy alejados del tipo al que, a partir de ahora, bautizaré «mesopotámico», a saber, perros de presa o molosos morfológicamente adaptados a su funcionalidad: La caza mayor y la guerra. 
El vínculo que une a los egipcios con los perros del tipo «mesopotámico», vuelve a encontrarse, una vez más, al Este. A partir de las migraciones y conquistas de los hicsos —conjunto de pueblos procedentes en su mayoría del este , las etapas sucesivas del Imperio Medio e Imperio Nuevo ya incorporan avances trascendentales como el carro y los caballos, y al fin representados, perros del tipo «mesopotámico»Sirva como ejemplo muy explícito el mosqueador o abanico de madera dorada que alberga el Museo de El Cairo y reproduce una partida de caza de avestruz del faraónTutankhamon (4)

                    Momia de perro de caza. Valle de los Reyes. National Geographic.

Existen no pocas alusiones a perros de guerra o caza de morfologías afines al moloso o perro de presa mesopotámico en el arte griego y romano desde el siglo III a.C.  La Antigua Grecia, subdividida en tres áreas geográficas, dispuso un marco multicultural permeable que promovió el intercambio cultural en los territorios conquistados o colonizados. Las evidencias arqueológicas halladas en la cerámica ática son capaces de mostrar arqueros cazadores junto con pequeños perros que portan collares y cierto acompasamiento con su amo. No obstante, las halladas en sarcófagos de mármol sirios, manifiestan entre las escenas de caza y guerra la nítida presencia de los perros mesopotámicos. O bien surgen, como panteras, hacia un bóvido en algún vaso de bronce destapado del tesoro arqueológico del Ponto. Evidencias que vuelven a conducir un trazado euroasiático, pues aunque socavando entre sus vestigios ocultos tras un collar o un caballo se deduzca casi toda relación cinófila, haya que señalar como esencial la habitual facultad aculturativa del proceso de helenización en las colonias griegas del nordeste de Asiamenor, y por consiguiente, de la asimilación de la cultura persa-sasánida: el arco, el caballo y el perro de presa.

De la antigua Roma hay poco que razonar, pues es bien estudiado y sabido, que la romanización abarcó vastísimos territorios conforme iba consolidando su poderío militar, y en consecuencia, su expansión y conquistas. Para el 116. d.C y al mando del emperador Marco Ulpio Trajano, el imperio contaba bajo su dominio con buena parte del mundo conocido, favoreciendo la impregnación romana en civilizaciones grandiosas nacidas dentro y fuera del Nostrum Mare: Mesopotamia, toda la orilla meridional del Mar Negro, Britania o Egipto; civilizaciones o pueblos que eran filones de opulencia cultural, y amén del beneficio económico y geoestratégico, Roma también importaba de sus conquistas soluciones a sus posibles carencias, esto es: eruditos extranjeros, materia prima para construcción, animales, alimentos y soldados. En la cuestión militar, precisamente, se constata la existencia de perros de guerra Canis Pugnax . Las tropas auxiliares romanas eran dirigidas por praefectus, que podían ser nobles nativos o caciques de tribus sometidas, y es de suponer que no contarían únicamente con soldados humanos, más bien, con todas las armas disponibles y efectivas. Como por ejemplo los perros.

Tras los romanos arribaron los bárbaros del Este, y más tarde, casi tres siglos de asentamiento visigodo. Desde aquel Tercer Concilio de Toledo —capital del reino visigodo , el rey Recaredo encumbró la fe católica, y a principios del siglo VII la arquitectura religiosa ya comenzó a centellear con ardor en los frisos y capiteles de iglesias una nítida iconografía y bestiario, con abundantes referencias a perros de presa ganaderos y cazadores  
La invasión omeya del siglo VIII hasta la progresiva desaparición de al-Ándalus entre los siglos XI y XII, supuso la extinción «cultural» del perro en casi toda la península ibérica a excepción del norte montañoso pirenaico y la costa del Cantábrico; reductos de visigodos fugitivos y de moradores vascones, astures y cántabros. Esos núcleos —que luego fueron reinos—  se convertirían en fortines del cristianismo y de la tradición visigoda en la Península Ibérica, enlazando inmediatamente su causa al nacimiento original de la Reconquista.

¿Cuál animal, si utilidades miro,
Tanto á los hombres como el perro importa?
El toro más feroz  acción que admiro 
Perro nos le sujeta, y le reporta;
Si á matar jabalí furioso aspiro,
Perro coraje y ánimo le corta;
Al gamo, al corzo y liebre fugitiva,
Y al conejuelo, perro los cautiva.

EL ALANO. POEMA ANÓNIMO DEL SIGLO XVII. 

            
Durante tres siglos no se pudo atesorar referencia alguna que pusiera un sustantivo al cánido, que con asombroso rigor conceptual, protagonizaba imágenes relacionadas con la guerra, la caza y la ganadería. La literatura venatoria expuso etimológicamente el sujeto «alano» en los libros del Tratado de la Montería de Alfonso XI por primera vez, que se haya podido conservar hasta nuestros días. Con respecto a la autoría de la obra, existen agudas teorías que le otorgan el mecenazgo a su bisabuelo Alfonso X, el Sabio. Históricamente son teorías controvertibles, en cualquier caso, ya fuera el siglo XIII o XIV, se sabe que en la Baja Edad Media cristiana se cazaba con un tipo de perro de presa denominado alano. Como además sabemos, gracias a estos textos, que la casta canina alana del medievo presentaba un intenso dimorfismo propiciado por su función en el monte o en la dehesa. 

En esta esencial obra se avanza con rigurosas descripciones de la época a lo que podría considerarse como el primer patrón racial canino; en tanto está sometido al embellecido léxico de su tiempo, la exquisitez de sus pormenores esclarece maravillosos detalles morfológicos y psicológicos de la raza canina.

«Otrosí los alanos es cierta cosa que non toman por fambre nin por premia salvo por naturaleza derecha, que les dió Dios, ...»

«Et probado fué muchas veces que muchos alanos ayudaron á los que los criaban contra sus enemigos et se defendieron dellos por ayuda de alanos.»

« ... fechuras que debe haber el alano para ser fermoso son estas; 
que haya la cabeza de talle de conegio, et bien cuadrada, et bien seca, et la nariz blanca, et bien abierto de boca; et las presas grandes, et los ojos bien pequeños, et que cate bien á la nariz; et las orejas bien enfiestas, et bien redondas ... »

En la misma época que el Tratado de la Monteríaimputando su promoción a Alfonso XI, se advierte el término alano en el Libro del buen amor de Juan Ruiz, arcipreste de Hita:

«Alano carnicero en un río andava,
una pieça de carne en la boca passava,
con la sombra del agua dostanto semejava,
cobdicióla abarcar, cayó la que lavava» .

Aquí, sin embargo, el sustantivo integra una diferenciación —carnicero— , que no ofrece dudas acerca del incontestable dimorfismo instalado en la raza. En resumen, demuestra que en el siglo XIV el perro alano, con exacto nombre, acampaba en la vida de esas gentes. Ahora bien, insisto; ¿de dónde proviene su nombre?.



«Qui furtare galgo que traya coyllar con sortieylla o matare, pague .C. sueldos por calonia. Qui furtare galgo que case, o matare, pague .LX. sueldos de calonia. Qui furtare alano que caze, o matare, pague .LX. sueldos de calonia»
FUERO GENERAL DEL REYNO DE NAVARRA. SANCHO VII. ALFONSO I. S. IX-XII

No deja de ser llamativo el reiterado tropiezo del perro alano con la colectividad cristiana en la Baja Edad Media, esto es, habitaba en estrato cotidiano con los humanos y su distinción era nada somera, al revés, se relacionaba con presencia culminante al lado de otras castas caninas como sabuesos o lebreles. En los siglos XI y XII también es nombrado nuestro cánido con la denominación alano, pero asimismo es emparejado ese tipo canino con otra referencia: perro de presa. Consecuencia de la invasión omeya y el establecimiento de al-Ándalus en la península fue la desaparición de las reseñas visigóticas y cristianas en territorio musulmán, ya fuera por la censura de los invasores o por la asimilación mozárabe de los antiguos habitantes conquistados, no se han hallado pruebas que manifiesten la convivencia de los perros alanos en territorio musulmán. Pero sí hay huellas del perro alano o perro de presa en esa misma época en el bando cristiano, lo que corrobora la supervivencia del perro alano a pesar de su «aniquilación» artística y cultural en el territorio musulmán. 

«Se les dio en llamar dawâ'ir. Lanzaban algaras contra los musulmanes, violaban los harenes, mataban a los hombres y hacían cautivos a mujeres y niños. Muchos de ellos apostataron del Islam y rechazaron la ley del Profeta, Dios le bendiga y salve, hasta el punto que llegaron a vender al musulmán prisionero por un pan, por un vaso de vino o por una libra de pescado, y a quien no se rescataba le cortaban la lengua, le sacaban los ojos o le soltaban perros de presa que lo destrozaban.»
HISTORIA DE AL-ANDALUS. IBN AL-KARDABUS.

En la obra arábiga Historia de al-Ándalus de Ibn al-Kardabus del siglo XII, se nos detalla una serie de hechos históricos tan relevantes como la campaña de Almanzor o algunas vacilantes alusiones a las huestes cristianas de la frontera, incluyendo al mítico Cid Campeador. De la comparación surge la prueba: el mismo tipo de perro es mencionado como alano por los cristianos y perro de presa por los musulmanes; la misma clase de perro de presa empleado por los cristianos para cazar o aperrear. Porque no se debieron utilizar otros distintos para tales menesteres y así quedó acreditado en las cuantiosas huellas artísticas que nos fue depositando la historia. Ahora bien, ya estamos cerca de hallar la respuesta a un misterio. El nombre del perro alano. 
Para seguir con la atribución denominativa «alánica» de aquellos perros ha de imponerse la lógica, la cuestión evolutiva de los reinos cristianos y su obligada relación con los acontecimientos posteriores. Es decir, los reinos cristianos fueron antiguos focos humanos de nativos hispanorromanos y componentes visigodos exiliados que mantuvieron el principio identitario visigodo, y la vinculación a este origen fue el núcleo de su pensamiento durante la Reconquista. 
Entonces, ¿por qué se llamaba alano al perro de los herederos visigodos?, no, por ejemplo, ¿perro visigodo?, si el ánimo era enaltecer la herencia visigoda durante la Reconquista. Decíamos anteriormente, que el pueblo alano dejó una profunda huella en las cortes vándalas y visigodas, pues bien, no me cabe duda de que los perros anteriormente bautizados mesopotámicos, fueron regando su legado por el pueblo alano diseminado hacia el oeste. Y en el contacto con los visigodos asentaron una casta canina ibérica que se perpetuó por los siglos. Sin extraviarse el nombre del pueblo que los introdujo.

El prefacio del alano está escrito, explorada la incógnita elemental de su nombre, podemos adentrarnos en la evolución del perro los siguientes ochocientos años. Seré breve.

A partir del siglo XV, que sepamos, el perro introducido por el pueblo alano, adoptado por visigodos e hispanorromanos, y empleado predominantemente por sus herederos cristianos para el acoso y agarre de reses en la caza mayor o el manejo vacuno, reemprende otra función que lo destina de nuevo a sus orígenes mesopotámicos: la guerra.
Las conquistas militares de los Reyes Católicos en Andalucía, la Península Itálica o Sicilia, colmadas de heroicidad humana, dispuso un prolífico elenco de celebridades en el memorial histórico, incluyendo algún caballo, no pudiéndose disimular las veladas apariciones de los canes en determinados episodios bélicos, como son los ejemplos de Loja o Málaga en el marco de la Guerra de Granada. Los tipos de cánidos que existieron en época de los Reyes Católicos fueron del tipo sabueso, alano, galgo o lebrel, mastín y podenco, llegando a acaparar una gran calidad a favor de sus reales rehalas, además de poseer exóticos hurones y espléndidas aves de presa. Y el valor del perro de casta alana, al igual que en s.XIII, debió de ser considerable, muy preciado, a juzgar por la distinción que encierran las alusiones al perro. Es tremendamente esclarecedor conocer la afectuosa relación que mantenía el malogrado infante don Juan, hijo de los Reyes Católicos, con su perro cruzado «de alano» llamado Bruto.

« ... Era de color manchado, blanco e prieto, e bien puestas ambas colores. No era alindado, porque devía ser hijo de alano o de casta de alano e de lebrel, e así no tenía la cabeça linda, pero era rezio de miembros e no muy grande. Era el más entendido perro que se ha visto gran tiempo ha, e ayuda muy singular, e tan denodado quanto pensarse puede e de presa maravilloso; traíanlo siempre apar del prínçipe, e es çierto que conosçía a su señor como quantos le servían ... ».
GONZALO FERNÁNDEZ DE OVIEDO. LIBRO DE LA CÁMARA REAL DEL PRÍNCIPE DON JUAN.


La primera mitad del Siglo XVI fue auténticamente adjudicada al arduo y minucioso plan de descubrimiento, colonización y cristianización de las Indias efectuado por miles de súbditos de la imperial Corona española. Los Conquistadores eran de diversos orígenes: veteranos de Granada, Italia o el norte de África, hijos segundones de la nobleza e hidalgos empobrecidos, marinos cántabros y vizcaínos, funcionarios aragoneses y mayorazgos extremeños, castellanos o andaluces. Éstos últimos pertenecían a una comunidad muy vinculada a labores abanderadas por el perro alano, por ejemplo, la ganadería. De ahí que muchos Conquistadores se hiciesen acompañar de los mismos caballos y perros que cooperaban en su hacienda peninsular. 
Y no me extenderé más sobre algo ya sabido, pues hace tiempo que el inestimable don Carlos Contera, a la sazón, veterinario, pionero investigador y recuperador de la raza alano español, aportó de forma sublime toda una relación de datos históricos referentes al alano, habidos en la gesta hispana del descubrimiento y colonización de las Indias en su estudio y posterior publicación titulada: «El perro alano en la conquista de las Indias» del año 1983. 
El protagonismo del perro alano durante este siglo destaca en las muestras de cualificación militar que aportan las citas del mencionado Fernández de Oviedo, Díaz del Castillo, Garcilaso, Sahagún, Cabeza de Vaca, Machuca, Gomara, o las Cartas de Relación emitidas por los «coronistas» de los hermanos Colón, Cortés o Pizarro. Sin desatender el trabajo jifero de matadero, como así prueban las referencias en obras de Lope de Vega, Quevedo, Góngora o Cervantes.

Continuando el recorrido histórico en épocas de galeones artillados, presidios, comanches, y Borbones; no se contempla al esforzado perro alano como aliado en la guerra, más bien, nace una nueva función asociada a su vocación atávica apresando bovinos en la tauromaquia. El perro de presa, que ha de ser denominado alano, pues no consta que en los siglos XVIII y XIX se produjera la importación masiva de perros de presa, ni tan siquiera la existencia de una casta canina apresadora similar en otro país salvo tímidas excepciones tempranas en el sur de Francia— , fue parte activa en las corridas de toros y copó el espectáculo taurino hasta ensombrecer a los propios puntilleros que insulsamente remataban el lance. Así lo plasmó el pincel del eterno Goya o del francés Pharamond Blanchard. 

Pharamond Blanchard. Museo del Romanticismo de Madrid.


Con la abolición de la práctica del uso de perros de presa en las corridas de toros a finales del s.XIX, también desaparece la afición popular con el perro alano, viéndose alejado de las poblaciones urbanas y quedando arraigado por completo a la dehesa y las rehalas más pudientes. A principios del siglo XX únicamente se constata la presencia de alanos, semejante a un valor arqueológico, en las rehalas de grandes personalidades de la venación, de la altura de don Antonio Covarsí o el duque de Arión (5). Las generaciones literarias del 98 o el 27, ya no escriben sobre el perro alano. Tampoco hay menciones en la música, pintura o el incipiente cine: el perro alano ha desaparecido de las urbes.

En cuanto a lo que sucede durante el s. XX, la Guerra Civil española —y postguerra junto con la II Guerra Mundial, son determinantes para el definitivo eclipse del alano. La pobreza y el aislamiento que padece España durante casi medio siglo repercute culturalmente en la sociedad, que olvida por completo aquella idiosincrasia tradicional cinófila para ocuparse, como es lógico, de otra realidad más próxima a la modernización urbana y social bajo el criterio que impone la dictadura de Francisco Franco. Y la tendencia no es favorable al alano, al contrario, pues en el tardofranquismo y en pleno «milagro» económico español se introducen razas caninas foráneas en las ciudades y pueblos. El pastor alemán, bóxer o pointer sustituyen a nuestros podencos, escasos pachones y recónditos alanos. Esto sucede en la costa mediterránea, centro peninsular y Andalucía, especialmente, aquel sur de España tan poblado de alemanes e ingleses.

Pero la pobreza junto con el lúgubre aislamiento sirven a la paradójica recuperación del alano. Sin esas condiciones, es posible que no se hubieran hallado los ejemplares precisos en la agreste montaña encartada. Cierto parece que no sólo tengamos que reconocerle el mérito a don Carlos Contera y sus compañeros, pues opino que el carácter atrancado e introvertido de cántabros, asturianos, vascos y gallegos, especialmente en el cuidado de sus fueros y tradiciones, hayan sido de vital importancia en la conservación de la casta canina. 
Mas la entidad de la cuestión requiere ser tratada en posteriores reflexiones.

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